No hables de salud mental. No hables de tu salud mental. No lo hables con nadie. No tiene sentido y te deja más expuesto. Es como jugar al poker con una pared espejada a tu espalda: no podés saber qué pensará el otro, pero saben como jugarte toda la mano. No hay que hacerlo ni aunque creas que lo hacés para ayudarte y ayudar a otros. ¿Sabés por qué? Porque a nadie le importa por fuera de los que están igual de rotos que vos.
A nadie le importa el impacto de la exposición y, si uno cree que al hablar naturaliza la situación, está en lo correcto: se naturaliza tanto que ya no le importa ni a tu entorno.
Es curioso saber que las veces que más hablé de salud mental fue a pedido o por cuestiones de terceros. La primera, el blanqueo hace ya diez años, fue porque no podía entender que otros no lo tuvieran naturalizado. La segunda vez, para un documental que se vio en todo el fucking continente pero que hoy es imposible, siquiera, rastrearlo por una situación de compañías que me es ajena y nadie sabe explicar muy bien. En cuanto a la exposición me relaja. Me da pena sólo porque quien conducía es mi ídolo de este oficio y ya no está en este plano. La tercera fue en un terreno en el que me siento cómodo: escribí un libro. No era mi idea, me sentía expuesto y tenía miedo a las repercusiones en el entorno inmediato. Mi hermano me dio un buen empujón al decir que ya estaba bastante grandecito como para pensar primero en qué dirán mis padres. Y que, de todos modos, ya los había decepcionado hacía tiempo cuando me dediqué a cualquier cosa menos al Derecho. Pragmático como corresponde a un hermano.
Procuré que en la presentación en sociedad del libro no estuvieran presentes mis familiares directos. A mis padres no hizo falta avisarles.
Desayuno pastillas. 100 miligramos de un estabilizador de ondas gaba, que no sé bien para qué sirve, pero si me falta me entero por el vértigo. Hace más de una década larga que desayuno pastillas con algunas variaciones. Unos 25 miligramos de un antidepresivo inhibidor de algo. En teoría, siempre va algún sólido antes, pero como la mayoría de las veces salto de la cama a las apuradas, el primer sólido va en forma de píldora. 50 miligramos de otro antidepresivo que inhibe la recaptación de otras cosas. A veces se me olvida recordar si las tomé y es todo un problema, porque no vale repetirlas y mejor no haberse olvidado. Ah, me faltaban estos dos miligramos de benzodiacepina. Ahora sí que este café de lengua adormecida tiene el sabor deseado.
En algún momento, supongo, debo haber pensado “para qué meterse en esto si nunca cambia”. Me refiero a la diferencia notoria entre lo que uno busca y lo que genera. Quizá los culpables son mis compañeros de edición del turno vespertino de Perfil. Ellos fueron los primeros en saber mi primer diagnóstico y transitaron en tiempo real esos meses en los que uno trata de acostumbrarse a romper el prejuicio y a lidiar con la negación propia y ajena. Ellos, que me aceptaron y tomaron todo con empatía, no deberían haber hecho nada de eso. Por culpa de ustedes, manga de desconsiderados, pensé que el resto del mundo se comportaría del mismo modo. Fue cuestión de cambiar de trabajo por primera vez para notar que la empatía es un lujo que no es para cualquiera. Tan difícil como sostener un tratamiento de salud mental con los ingresos de un asalariado promedio, digamos.
Quedé con las defensas bajas y a disposición de cualquier pelmazo que encontrara como argumento discursivo el “qué querés si está del tomate”. Mirá vos, y el empastillado soy yo. Gente divina que después encuentra en la confesión de un famoso que se puso a llorar en público la posibilidad de una nota de tapa y lo primero que le viena la mente como análisis es “El fin del tabú”.
Decía que no hay que hablar de salud mental porque serás parte de la generación de cristal, de esos que no pueden con nada de lo que sí pudieron otros. Curiosidades de la vida, los que hablan de generación de cristal no sobrevivieron a ninguna guerra, no estuvieron en ninguna crisis de refugiados, no tuvieron que dejar sus casas de noche ni marcharse con lo puesto para cruzar el Atlántico en un par de meses, no vivieron con custodia, no habitaron barrios copados por bandas narcos, no les tocó en suerte la adrenalínica aventura de vivir en una casa acribillada de vez en cuándo. Tampoco consiguieron envejecer dignamente, sin putear a los jóvenes como si ellos ya tuvieran ochenta años. Pero la generación de cristal es la otra, los que colapsan, los que tienen cuerpos y mentes que reaccionan a la realidad de un mundo laboral insostenible en el que hace falta tener mil kioscos abiertos para llegar a un ingreso que permita mantener la mitad del estilo de vida que antes lograba un padre de familia en soledad y con un laburo de 8 a 16 horas.
La generación de cristal que se anima a decir lo que le pasa debería recibir el agradecimiento de la sociedad. Por cada boludo con trastornos emocionales que decide gastar la mitad de sus ingresos en tratamientos psiquiátricos, hay un hijo de puta menos en la calle. Más respeto con la generación de cristal. Al menos por consideración.
Pero, decía, no hay que hablar de salud mental. Primero, porque es algo que mucha gente no sabe cómo digerirlo, como si les dieras un alfajor de maicena tras una maratón. No es que esté mal no querer aceptar esa información. Es más: un instinto de supervivencia básico lleva a que uno no quiera saber sobre cosas que no puede manejar y que le podría tocar. Si tan solo comprendieran que, en este caso al menos, sí se puede manejar, sería otro cantar. Pero si yo creyera esto último, me encontraría ante una situación devastadora: quiere decir que les chupa un huevo.
Con cada acción que llevé adelante tuve que enfrentarme a comentarios tan pelotudos como hirientes, entre los que pica en punta “necesidad de llamar la atención”. ¿Hablamos de la necesidad del idiota que cree que le hablo a él, sólo y exclusivamente a él y siente la compulsión de hacerme sentir su carencia total de tacto? No, aparentemente, es mi necesidad de llamar la atención.
Contar me ha jugado en contra. No he ganado nada por hacerlo. No he ganado dinero, no he conseguido reconocimiento, ni una medalla a la valentía por decir “che, voy al médico”. Por el otro lado, solo he conseguido la indiferencia de mis colegas, los que supuestamente deberían estar en la trinchera, los que ven con sus propios ojos cómo el oficio del periodismo hace que caigan uno tras otro. Elige tu propia aventura: un bobazo que te lleve antes de los sesenta, un cáncer que te finiquite en lo mejor de tu vida, un accidente cerebrovascular aunque te cuides en todo menos del laburo de mierda que elegiste, o un trastorno psiquiátrico más para colocar en la vitrina. Cualquier periodista que trabaje de periodista sabe que esas son las tres variables.
He escrito ya tres libros, conozco el mercado editorial, sé que el pulso del consumo es volátil y toda la bola. Pero un libro invendible me llevó a desfilar por más entrevistas de las que mis energías podían cubrir. Otro en el que aparezco en pelotas en Avenida de Mayo, totalmente indefenso y sin nada librado a la imaginación, no consigue más difusión que la de cuatro amigos que sabían de mi larga trayectoria por la senda de las pastillas y los tratamientos. Y ellos compraron el libro, no tuve que enviárselos de cortesía. No me pareció correcto enviárselos, no sé, ya bastante habían tenido con fumarme en esos momentos. Me queda la sensación de que lo que vende es el morbo y las cuestiones psiquiátricas sólo garpan para entrevistas si se cuentan las miserias de un famoso.
A duras penas conseguí que un par de legisladores nacionales –y por un par quiero decir dos– se interesen en mi puteada constante contra la patética ley de salud mental vigente en la Argentina. Y eso que a mí no me afecta ni me cambia el panorama. Yo tengo la suerte de tener un plan médico que cubre un porcentaje interesante de mis pastillas y consultas. Me refiero a todos los que están afuera, sueltos, tratados como criminales por otros legisladores, como si no tuvieran ya bastante con los fantasmas a los que les gritan por las noches en desborde esquizofrénico. Sin techo, sin posibilidades de tener uno, enfermos, sufrientes y abandonados. El interés se desvaneció con el inicio del año electoral y ahí está el pelotudo de Nicolás en el intento de que lo atienda aunque sea un diputado kirchnerista para explicarle las bondades de tratar a los enfermos como enfermos.
Por eso no hay que hablar de salud mental. Porque mientras vos te calentás de esta manera, mientras desayunás pastillas como si fueran un tazón de Zucaritas para sacar el zombie que hay en vos, mientras atravesás el segundo pozo depresivo de los cuatro meses que lleva el año, mientras tenés que armar una agenda para tachar que te cepillaste los dientes, que te bañaste, que comiste al menos dos veces, la visibilidad se la llevan los que hacen de este mundo un lugar muchísimo peor pero perfumadito, con sonrisas y buenas vibras. Entiendo que todo es más lindo con una sonrisa. A mí no me gusta entrar a un comercio y que me atiendan con cara de bragueta. Pero mientras los gurúes sonríen, por acá pasamos la ambulancia. Me he enterado de al menos cinco suicidios desde agosto. A una de esas víctimas la llegué a conocer. De ahí para abajo, lo que se imaginen. Entre tanto, el sistema sigue igual de careta, hipócrita y carente de empatía mientras predica la empatía como máxima.
Yo no quería buenas vibras, quería un sistema de salud en el que un hermano librado a la buena de Dios no provoque una tragedia evitable si todos, absolutamente todos los que miran para otro lado cuando les conviene en esta sociedad tan, pero tan hipócrita, hubieran dicho “che, de esto hay que hablar”. Y por sociedad hipócrita me refiero, en primer lugar, a los que dominan la conversación pública, miembros honorarios y permanentes de la generación más hipócrita que el siglo XXI haya visto hasta la actualidad. Porque de la ignorancia puedo esperar cualquier cosa. Del que sabe y le chupa un huevo, de ése hay que cuidarse.
Pero no, decía que es mejor dejar todo donde está. Porque antes no había trastornos, porque antes al Nono nadie lo veía triste. Mirá la energía que tenía que con una botella de Criadores por noche, todavía le daba para fajar a la familia e ir a trabajar al día siguiente. Y nosotros que lloramos por unas pastillas.
En fin, les decía: no hay que hablar de salud mental. Por el bien de nuestra salud mental, es mejor no hacerlo. Que vayan a yoga, que gasten guita en aprender a respirar porque la partera no supo enseñarles al traerlos al mundo, que se la patinen en un curso de tapping para ver qué parte de la cabeza es más hueca, que se bañen en agua fría como si vivieran antes de la llegada de los romanos y que con sus familias practiquen la constelación en vez de una terapia grupal.
Que cada uno haga lo que se le cante el orto. No vale la pena, no tiene sentido, demasiado alto es el costo para un resultado tan frío. No regales lo que te queda de salud en personas que no sufren de otro trastorno más que la cervicalgia provocado por tanto mirarse el pupo. No gastes tu humanidad en gente que no la necesita porque no sabe para qué sirve eso de ponerse en el lugar de otro. ¿Vas a contestar con la verdad? Cuando te pregunten “por qué vas al psiquiatra”, ¿vas a decir “porque no fuiste vos”? Nah. Al pedo.
No vale la pena.
No lo vale.
No.
Es más, es todo tan predecible que puedo apostar la salud que me queda a que recibiré algún comentario del tipo “tanto quilombo porque no te fue bien”. Si hubiera querido plata, habría hecho otras cosas. No sé, negociar un contrato, por ejemplo. Una apuesta que va de la mano junto con la que dice que mis padres no dirán una palabra de este texto. Y a esta altura de mi vida, ya lo prefiero así.
Espero que hayan disfrutado su estadía en este sitio. De postre les puedo ofrecer la misma secuencia de pastillas del desayuno, pero con el doble de dosaje que es lo que corresponde al turno noche. Porque las pastillas son las que me dicen buenos días, a la hora que eso aparezca, y las que me dicen buenas noches.
Hasta luego.
Nico querido siempre gracias! Te leo siempre y nunca siento q estoy a la altura para contestarte. Tus palabras son fuertes,útiles y me interpelan. No importa cuantas pastillas tomes,lo importante es q logren q tu vida no te duela tanto. Te abrazo fuerte fuerte
Excelente
La ley de salud mental es un invento de narnios con superioridad moral… y que hace sufrir al sufriente, y a los que lo quieren. Lleva años ya.
Muy interesante tu comentario. Mi hijo trabajó en Perfil cuando vivía acá y se que el ambiente de fraternidad de esa época al menos, no lo encontró en otro lado.
Creo que diciendo esto ayudas mucho y a muchos. Dios permita que puedas tener mas confianza en quien sos sin importar la opinión ajena.
Disfruta de tu hermosa familia siendo vos mismo!
Un abrazo 🫂
Yo tengo trastorno de ansiedad, me siento bien con mi psiquiatra, sé que la medicación me regula y más de una vez recomiendo ir al psiquiatra.
Recuerdo tu episodio en “H”, estuvo muy interesante.
Abrazo grande Nico
Gracias gracias gracias. Cada vez más cerca tuyo. Saludos
Un abrazo grande, te leo siempre. Aunque no te lo parezca, ayudás a mucha gente escribiendo estas cosas. Muchas gracias!
Estimado: te mando un abrazo gigante. Antes que leer esto he leído muchas columnas tuyas en las que admiré tu cultura y tu mirada profunda sobre la realidad. Conozco, como persona que te sigue (un poco), todas cosas buenas, elogiosas, envidiables. Tengo cerca gente muy querida con problemas similares a los tuyos. Te deseo lo mejor.
Nicooooo te abrazo fuerte fuerte! No encuentro palabras más abrazarte a la distancia.
Te leí y me vi a mi misma.
Mi calvario va por otro lado (al que no nos vamos a referir por respeto a la catarsis ajena) pero quería dejar este dato: empecé a escuchar a Mel Robbins y su “let them” theory. Al principio me pareció que básicamente proponía que todo te chupara tres huevos (y me molestaba que ganara plata con tremenda bobada) pero después le fui encontrando algo de utilidad.
Ejemplo al azar: Ese tipo con poder de decisión al que le llevo una problemática y 3 posibles soluciones que haría bien a muchas personas sin siquiera despeinarse y no le importa un choto ayudar. Lo quiero filetear! No. Déjalo
Ese “déjalo” cuesta horrores pero hay una realidad: ser ese que empuja por hacer el cambio, desgasta horrores pero si te explota la vena en el proceso, te moriste, te lloran un ratito, la vida sigue y chau cambio o llamada de atención para cambiar el mundo.
Entonces la teoría de esta mujer termina siendo un aceptar aquello que no va a cambiar con modalidad “enfrentamiento” y al dejarlo ir a veces te viene la iluminación y lo encaras de otro modo menos confrontativo o le encontras el timing a la batalla o el interlocutor más adecuado o algo.
Perdón si suena a consejo de sobrecito de azúcar.
A veces en los momentos que las batallas me sobrepasan responder internamente “déjalos”, funciona y no tengo que masticar analgésicos caros para la migraña.
Si no, escribí que te sale lindisimo y el método escritura catártica es lo más.
Busqué mucho a alguien que hablara de salud mental, que expresara lo que me pasa. Y te encontré y valió la pena. Ojalá sientas que muchos»rotos» te agradecemos, y que si nos juntamos quizás logramos que más de 2 políticos escuchen. Y si necesitás hablar o no hablar, nos entendemos. Gracias por hablar! 🙏🏻❤️
Hola Nico, si no me equivoco somos ambos bendecidos por el efexor. Reconocí la de 75 mg en la foto del libro. Mis síntomas son otros pero siempre me ayudó leerte. Saber que gente inteligente y copada puedo pasar por lo mismo. Y que no rompan las bolas que a un cardíaco nadie le dice hacé yoga y no tomes la medicación. Vamos para adelante, y si retrocedemos también está ok. Besos!❤️